Últimamente vivimos momentos de confusión, como estancados en medio de un pastiche de asuntos apremiantes. No sé si será por el aislamiento pero a raíz de esto me dio a pensar que hay veces que la realidad se nos revela como demasiado grande como para abordarla de una sola vez. Hasta lo más simple y disfrutable puede convertirse en una experiencia amarga y angustiante.
Se me ocurre este ejemplo: ¿Qué sentiríamos si nos obligaran a comer una naranja entera sin pelar? Ufff… de solo pensarlo me provoca nauseas. Lo más probable es que si nos esforzáramos para hacerlo pondríamos en riesgo nuestra salud. Pero si así y todo lo lográramos, ¿cuánto disfrute habría en tomar ese reto?
Para gozar de la fruta es necesario primero separar la cáscara, aprender a renunciar a ella para quedarnos con la pulpa y disfrutarla. Parece obvio.
Si llevamos esto a la vida, podríamos concluir en que resulta clave decidir qué se va y qué se queda, qué nos suma y qué ya dejó de hacerlo… Y darnos cuenta de cuáles son las cosas seguimos arrastrando por el temor a la perdida que esto conlleva.
Sin embargo, ¿cuán a menudo nos encontramos atrapados en coordenadas de escasez y sufrimiento, justamente por no ser capaces de decidir?
Decidir: “de”, de separar; y “cidir” que deriva del latino caedere que significa “cortar”.
“Separar cortando”…
Mi abuela decía que los amarretes no se comen el huevo por no tirar la cáscara. Más allá del tono humorístico del dicho, escucho en él una inquietud sobre dónde ponemos el foco en los momentos de vacío y angustia. Me invita a retomar la idea de que la vida no nos debe nada: Ella nos proporciona todo en abundancia, y es lo que hacemos con eso lo que determina nuestra experiencia.
La vida nos regala la naranja. Está en nosotros tener la adultez suficiente para DECIDIR, es decir, quitar la cáscara (aceptar esa perdida); y volver a decidir y tomar acción con cada gajo para no ahogarnos.
Entonces todo parece tomar un dimensión más amplia y profunda dado que nos sólo sería cuestión de qué es lo que queremos ganar, sino también de qué estoy dispuesto a perder para eso ocurra. En cada acción hacia lo que deseamos hay algo que perdemos… al menos, cierta dosis de energía y el lugar que ocupábamos antes de movernos. “El que se fue a Sevilla, perdió su silla”. ¿Será cuestión de aceptarlo?
Te dejo estas preguntas que me vine haciendo estos días: ¿Con cuántas “naranjas enteras” venís lidiando día a día? Si te proyectaras de acá a seis meses… ¿Qué decisión desearías haber tomado hoy?
Es solo una idea. Abrazos